El olivo: contar para
no olvidar
Toni Solano
@tonisolano
Las reseñas necesitan un tiempo de maduración para no
incurrir en la precipitación de unas impresiones quizá intensas pero efímeras.
Sin embargo, después de ver la película El olivo, dirigida por Icíar
Bollaín, cualquiera habría sentido esta necesidad que a mí mismo me empuja a
escribir para no olvidar. No olvidar, por ejemplo, que El olivo cuenta una
historia de aprendizaje vital, una historia que no puede dejar indiferente a
nadie porque nos habla de raíces y destinos, del viaje como búsqueda y también
como pérdida. Escribir esta reseña en caliente es para no olvidar la magnífica
interpretación de sus actores, de Anna Castillo, Pep Ambrós o Javier Gutiérrez,
que hacen que la trama sea tan verosímil como cercana. Aunque el guion de Paul
Laverty es difícil de olvidar, conviene recordar que durante muchos años hemos
estado ciegos y sordos ante un expolio que nos hizo olvidar nuestras raíces, y
que, gracias al empeño de unos pocos, hemos despertado de ese letargo para
poner en marcha leyes que protejan el patrimonio arbóreo de esta expoliada
Comunidad Valenciana.
Para los que nos dedicamos a la educación es importante no
olvidar el papel de la familia, de los abuelos en especial, que a menudo están
ahí, invisibles pero necesarios, salvándonos del naufragio diario, como ese
abuelo de Alma en la película, irónicamente depositario de la memoria en su
propia desmemoria. No quisiera olvidar ninguno de los detalles de esta
magnífica película, aunque no voy a desgranarlos aquí por no cansar al lector
ni desvelar más de lo necesario. El olivo tiene, como los clásicos,
tantas lecturas como espectadores. Para mí, que soy un aficionado a la poesía,
sus imágenes son un regalo para la vista y muchos de los símbolos que aparecen
en ella configuran un entramado de sentidos tan complejo como sutil. Solo
mencionaré dos elementos que quizá pasen desapercibidos y que abren un mundo de
interpretaciones interesantes: por un lado, el origen y el destino final de la
Libertad, y por otro, el túnel como tránsito entre dos mundos tan iguales y
distintos. Callaré aquí y dejaré al lector que viva su propia experiencia con El
olivo. Seguro que al salir del cine vivirá esa misma necesidad de
contarlo todo para no olvidar nada. Ese es también nuestro papel como
educadores.
Nací entre troncos retorcidos, mi infancia y adolescencia la pasé recogiendo y molturando aceituna. Ahora valoro y disfruto con los sabores y los olores de un aceite elaborado con mucha pasión. Toda mi vida la he pasado rodeado y aprendiendo de un árbol: EL OLIVO.
ResponderEliminarPues yo nací en Andalucía, entre olivares, y acabé viviendo aquí en Castellón, muy cerca del olivo de la película :)
ResponderEliminarY yo en Argentina, de abuelos andaluces que recorrían con sus historias aquellos olivares y almendros de su infancia. Fui armando mi propia película con sus relatos hasta que al fin, un caluroso verano de agosto puede recorrer caminando algunos campos de Jaén...Veré la película, gracias por presentármela. Fabiana
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